Su Gan con sus puños sangrientos, le pegó a Quan en el rostro de nuevo.
—¡Escriba una confesión!
—¿Qué confesaré?
—Traición. Todos sus crímenes contra el estado.
—Pero no hice nada malo, es decir, no esos crímenes de que me acusa. Hice muchas cosas malas por mi propia cuenta. Esas he confesado a mi Dios —los ojos de Quan estaban oscuros de pesar—. ¿Qué puedo escribir?
Su Gan le pegó de nuevo y le dio un lápiz y un cuaderno.
—Reuniones ilegales. Propaganda ilegal. Proselitismo de niños.
Quan tomó el lápiz, su cabeza punzando y su visión parcial- mente nublada. Las palabras comenzaron a salir en el papel. Escribió más y más rápido. Su Gan retrocedió, observando en silencio. Comenzó a sonreír.
Después de diez minutos, Li Quan terminó de escribir. Le entregó la confesión a Su Gan. El guardia la tomó, abrió la puerta y se marchó a la oficina del carcelero.
Los ojos que todo lo ven, un momento antes lagunas profundas de gracia y paciencia, miraron a Su Gan y se transformaron en algo explosivo y aterrador. Aquel que segundos antes parecía listo a alcanzar, tocar y sanar, ahora parecía más propenso a tomar una espada y dejarla caer sobre la tierra, cortándola en dos.
De la misma forma que los ojos húmedos de compasión habían visto a Li Quan, ahora los ojos hirvientes como un volcán miraban fijamente a Su Gan. Él miró sobre todo el planeta silencioso, el mundo en un tiempo verde y azul que ahora parecía gris ceniza.
La Gracia parecía estar a punto de exhalar fuego, y la tierra parecía como papel seco a punto de incendiarse. Li Manchu, Li Wen y Li Tong sostuvieron su respiración, preguntándose si el momento había llegado.
Entonces los ojos del Rey se suavizaron de nuevo. El azul y el verde regresaron a la tierra. El planeta que había parecido al borde de la destrucción permanecía intacto.
Por ahora.
Extracto de A Salvo En Casa (fuera de la impression) por Randy Alcorn, capítulo Cuarenta.
Safely Home, Chapter 41
Su Gan, knuckles bloody, struck Quan’s face again.
“Write a confession!”
“Why do you need me to write one when you can write your own and say I wrote it?”
He hit him again. “Confess!”
“What shall I confess?”
“Treachery. Betrayal. All your crimes against the state.”
“But I have done nothing wrong—I mean, not those crimes you accuse me of. I have done many wrongs of my own. Those I have confessed to my God.” Quan’s eyes were dark with grief. “What can I write?”
Su Gan struck him again and handed him the pencil and a pad of paper. “Illegal meetings. Illegal propaganda. Proselytizing children.”
Quan grasped the pencil, his head throbbing and vision partly blurred. The words started coming out on the paper. He wrote faster and faster. Su Gan stepped backward, watching quietly. He began to smile.
After ten minutes, Li Quan finished writing. He handed the confession to Su Gan. The guard took it, opened the door, then marched to the warden’s office.
The all-seeing eyes, a moment ago deep pools of grace and long-suffering, looked upon Su Gan and metamorphosed into something explosive and terrifying. The One who seconds earlier seemed poised to reach out and touch and heal now seemed more likely to reach out and grab a sword and bring it down upon the earth, slicing it in two. His love for the persecuted seemed inseparable from his wrath toward their persecutors.
As surely as the moist eyes of compassion had looked on Li Quan, so now the hot volcanic eyes stared down on Su Gan. He gazed over all the silent planet, the globe once green and blue that now looked ashen gray. Charis looked like it was about to breathe fire, and earth looked like dry paper about to burst into flames. Li Manchu, Li Wen, and Li Tong held their breath, wondering if the moment had come.
Then the King’s eyes softened again. Blue and green returned to the earth. The planet that had seemed on the verge of destruction remained intact.
For now.
Excerpt from Safely Home, by Randy Alcorn, Chapter 41.