Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor . . . descansarán de sus trabajos, pues sus obras con ellos siguen. . . . El trono de Dios y del Cordero estará en ella [la ciudad], y sus siervos le servirán. — Apocalipsis 14:13; 22:3, RV60
Si hay un descanso tan glorioso y certero para los santos, ¿por qué no hay más personas activas buscándolo? Uno pensaría que si un hombre escuchara una sola vez que tal gloria inefable se puede obtener, y creyera que lo que escuchó es cierto, esa persona debería ser transportada con la vehemencia de su deseo para obtenerlo, y casi se olvidaría de comer y beber, y no se preocuparía por ninguna otra cosa, ni hablaría ni preguntaría cosa alguna que no fuera cómo obtener este tesoro. — Richard Baxter
Se nos dice que descansaremos en el Cielo.
El Edén es una figura del descanso—con no sólo dormir y tiempo de ocio, sino con trabajo que tiene significado y que es agradable, comida en abundancia, un medio ambiente hermoso, amistad sin impedimentos con Dios, con otras personas y con los animales. Aun con la perfección de descanso del Edén, se separó un día especial para descansar y adorar. El trabajo será muy agradable en la Nueva Tierra, pero sin embargo el descanso regular será incorporado en nuestras vidas.
Dios descansó en el séptimo día. Él les ordenó descansar a Adán y Eva antes de que pecaran, y él también lo ordenó para la humanidad bajo la maldición del pecado. El descanso regular será parte de nuestra vida venidera en el nuevo universo. (¿No sería sabio aprender a descansar ahora?)
Pero ¿en realidad tendremos trabajo que hacer? Para mucha gente la idea de trabajar en el Cielo es extraña. Y sin embargo las Escrituras la enseñan con toda claridad.
Cuando Dios creó a Adán, “tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara” (Génesis 2:15). El trabajo fue parte del Edén original. Fue parte de una vida humana perfecta en la Tierra.
El trabajo no fue parte de la maldición, pero la maldición fue la que hizo que el trabajo fuera arduo, tedioso y frustrante: “¡Maldita será la tierra por tu culpa! Con penosos trabajos comerás de ella todos todos los días de tu vida. La tierra te producirá cardos y espinas, y comerás hierbas silvestres. Te ganarás el pan con el sudor de tu frente” (Génesis 3:17-19).
Sin embargo, en la Nueva Tierra el trabajo será redimido y transformado en lo que Dios quiso que fuera: “Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en [la ciudad], y sus siervos le servirán” (Apocalipsis 22:3, RV60). Servir es un verbo. Los siervos son personas que están activas y ocupadas, llevando a cabo tareas.
Dios mismo trabaja. Él no creó el mundo y luego se jubiló. Jesús dijo: “Mi Padre aun hoy está trabajando, y yo también trabajo” (Juan 5:17). Jesús encontró mucha satisfacción en su trabajo: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y terminar su obra” ( Juan 4:34). Nosotros también tendremos trabajo que hacer, trabajo satisfactorio y que realzará nuestra vida, y que nunca será tedioso. En su libro titulado The Happiness of Heaven [La Felicidad del Cielo], el Padre Boudreau debate la posición de Tomás de Aquino de que el Cielo es un lugar de absorción inmóvil con una contemplación intelectual de Dios:
Somos activos por naturaleza. Por lo tanto, la acción de ambos, la mente y el cuerpo, es una ley de nuestra existencia, la cual no puede ser cambiada sin cambiar radicalmente, o más bien destruir, toda nuestra naturaleza. En lugar de destruirla, se entiende que en el Cielo seremos mucho más activos de lo que es posible que seamos aquí abajo. . . . El alma de Jesucristo disfrutó de la Visión Beatífica aun mientras estaba aquí en la tierra en carne mortal. ¿Estuvo Él, por eso, impedido de hacer otra cosa excepto contemplar la esencia divina? Por supuesto que no. Él trabajó y predicó; también bebió y durmió; visitó a sus amigos e hizo mil otras cosas.
Considere las actividades de Cristo: trabajó en una carpintería, caminó por los campos, pescó, anduvo en bote, conoció a mucha gente, habló, predicó, comió—todo eso mientras cumplía su cometido en la vida. Aun después de su resurrección fue de un lugar a otro, relacionándose con sus discípulos y continuando su trabajo. Podríamos considerar esto una vista previa de nuestras vidas venideras en la Tierra, después de nuestra resurrección.
No estoy especulando que trabajaremos en la Nueva Tierra; las Escrituras nos dicen directamente que lo haremos. Cuando entra al Cielo, lo que se le ofrece al siervo fiel no es la jubilación, sino esto: “¡Hiciste bien, siervo bueno y fiel! Has sido fiel en lo poco; te pondré a cargo de mucho más. ¡Ven a compartir la felicidad de tu señor!” (Mateo 25:23).
Jonathan Edwards dijo: “El descanso más perfecto concuerda con estar continuamente empleado.”
Jesús le dijo a su Padre: “Te he glorificado en la tierra, y he llevado a cabo la obra que me encomendaste” (Juan 17:4).
¿Cómo glorificaremos a Dios por la eternidad? Haciendo todo lo que él nos dice que hagamos. ¿Qué le dijo Dios a la humanidad que hiciera? Que llenara la Tierra y que ejerciera dominio sobre ella. ¿Qué es lo que haremos por la eternidad para glorificar a Dios? Ejercer dominio sobre la Tierra, demostrando la creatividad y la ingeniosidad de Dios como portadores de su imagen, produciendo una cultura que exalte a Cristo.
Al reflexionar en la obra de su vida, el autor Víctor Hugo dijo palabras profundas en cuanto a su anticipación de su trabajo en el Cielo:
Siento dentro de mí esa vida futura. Soy como un bosque que ha sido talado; los nuevos brotes son más Fuertes y más brillantes. Ciertamente que me elevaré hacia los cielos. . . . Cuanto más cerca me aproxime al fin, más claros serán los sonidos de las sinfonías inmortales de los mundos que me invitan. Por medio siglo he estado traduciendo mis pensamientos en prosa y verso: historia, filosofía, drama, romance, tradición, sátira, oda y canción; todas estas cosas las he probado. Pero siento que no le he dado expresión ni a la milésima parte de lo que hay dentro de mí. Cuando vaya a la tumba puedo decir, como han dicho otros: “Mi trabajo diario ha terminado.” Pero no puedo decir: “Mi vida ha terminado.” Mi trabajo recomenzará de nuevo a la mañana siguiente. La tumba no es un callejón sin salida; es una carretera. Se cierra cuando llega el crepúsculo, pero se abre al amanecer.
No todas las vocaciones de los cristianos continuarán en la Nueva Tierra (por ejemplo los encargados de funerarias tendrán que encontrar otro trabajo), pero nuestra vida continuará; nuestro llamado a glorificar a Dios nunca terminará. Ese llamado se aplicará tanto allí y entonces como se aplica aquí y ahora.
Mientras trabaja o descansa hoy, ¿le pedirá a Dios que lo ayude a hacerlo para gloria de él?
Señor, en los días en que estamos tan ocupados y cansados, y cuando las tareas sin terminar demandan nuestra atención, ¡qué maravilloso nos parece el descanso! Considerando las demandas de la vida, el cuidar a nuestros hijos y cansarnos hasta el agotamiento en el trabajo, ¡qué delicia es contemplar el Cielo como un lugar de descanso! Y en los días en que estamos ansiosos por trabajar, por cuidar nuestro jardín, por estudiar, por diseñar y armar y construir, ¡qué placer es saber que trabajo bueno, productivo y edificador nos espera en la Nueva Tierra, un trabajo que no será perjudicado por la Maldición y se hará en colaboración con otras personas que encontrarán tanto gozo en servir a Jesús como nosotros!
Extracto de 50 Días del Cielo by Randy Alcorn, Día 36.
Resting and Working (Excerpt from 50 Days of Heaven)
Blessed are the dead who die in the Lord from now on. . . . They will rest from their labor, for their deeds will follow them. . . . The throne of God and of the Lamb will be in the city, and his servants will serve him. — Revelation 14:13; 22:3
If there be so certain and glorious a rest for the saints, why is there no more industrious seeking after it? One would think, if a man did but once hear of such unspeakable glory to be obtained, and believed what he heard to be true, he should be transported with the vehemency of his desire after it, and should almost forget to eat and drink, and should care for nothing else, and speak of and inquire after nothing else, but how to get this treasure. — Richard Baxter [1]
In Heaven, we’re told, we will rest.
Eden was a picture of rest—with not only sleep and leisure, but also work that was meaningful and enjoyable, abundant food, a beautiful environment, and unhindered friendship with God, other people, and animals. Even with Eden’s restful perfection, one day was set aside for special rest and worship. Work will be refreshing on the New Earth, yet regular rest will be built into our lives.
God rested on the seventh day. He prescribed rest for Adam and Eve before they sinned, and he prescribed it for mankind under sin. Regular rest will be part of the life to come in the new universe. (Wouldn’t it be wise to learn how to rest now?)
But will we really have work to do? The idea of working in Heaven is foreign to many. Yet Scripture clearly teaches it.
When God created Adam, he “took the man and put him in the Garden of Eden to work it and take care of it” (Genesis 2:15). Work was part of the original Eden. It was part of a perfect human life on Earth.
Work wasn’t part of the Curse, but the Curse made work menial, tedious, and frustrating: “Cursed is the ground because of you; through painful toil you will eat of it all the days of your life. It will produce thorns and thistles for you, and you will eat the plants of the field. By the sweat of your brow you will eat your food” (Genesis 3:17-19).
However, on the New Earth, work will be redeemed and transformed into what God intended: “No longer will there be any curse. The throne of God and of the Lamb will be in the city, and his servants will serve him” (Revelation 22:3). Serve is a verb. Servants are people who are active and occupied, carrying out tasks.
God himself is a worker. He didn’t create the world and then retire. Jesus said, “My Father is always at his work to this very day, and I, too, am working” (John 5:17). Jesus found great satisfaction in his work. He said, “My food . . . is to do the will of him who sent me and to finish his work” (John 4:34). We’ll also have work to do, satisfying and enriching work that will never be drudgery.
In The Happiness of Heaven, Father Boudreau argued against Aquinas’s belief that Heaven is a place of motionless absorption with an intellectual contemplation of God:
We are active by nature. Action, therefore, both of mind and body, is a law of our being, which cannot be changed without radically changing, or rather destroying, our whole nature. Instead of destroying it, it follows that in Heaven we shall be far more active than we can possibly be here below. . . . The soul of Jesus Christ enjoyed the Beatific Vision, even while here on earth in mortal flesh. Was He, on that account, prevented from doing anything except contemplating the divine essence? He certainly was not. He labored and preached; He also drank and slept; He visited His friends and did a thousand other things. [2]
Consider Christ’s activities: working in a carpenter shop, walking the countryside, fishing, sailing, meeting people, talking, teaching, eating—doing his life’s work. Even after his resurrection he moved from place to place, connecting with his disciples and continuing his work. We might consider this a preview of our coming lives on Earth, after our resurrection.
I’m not just speculating that we’ll work on the New Earth; Scripture directly tells us that we will. Upon entering Heaven, what’s offered the faithful servant is not retirement but this: “Well done, good and faithful servant; you have been faithful over a few things, I will make you ruler over many things. Enter into the joy of your lord” (Matthew 25:23, nkjv).
Jonathan Edwards said, “The most perfect rest is consistent with being continually employed.”
Jesus said to his Father, “I brought glory to you here on earth by completing the work you gave me to do” (John 17:4, nlt).
How will we glorify God for eternity? By doing everything he tells us to do. What did God first tell mankind to do? Fill the earth and exercise dominion over it. What will we do for eternity to glorify God? Exercise dominion over the earth, demonstrate God’s creativity and ingenuity as his image-bearers, and produce Christ-exalting culture.
In reflecting on his life’s work, writer Victor Hugo spoke profoundly of anticipating his work in Heaven:
I feel within me that future life. I am like a forest that has been razed; the new shoots are stronger and brighter. I shall most certainly rise toward the heavens. . . . The nearer my approach to the end, the plainer is the sound of immortal symphonies of worlds which invite me. For half a century I have been translating my thoughts into prose and verse: history, philosophy, drama, romance, tradition, satire, ode, and song; all of these I have tried. But I feel I haven’t given utterance to the thousandth part of what lies within me. When I go to the grave I can say, as others have said, “My day’s work is done.” But I cannot say, “My life is done.” My work will recommence the next morning. The tomb is not a blind alley; it is a thoroughfare. It closes upon the twilight, but opens upon the dawn. [3]
Not every Christian’s vocation will continue on the New Earth (morticians, for instance, will be finding new work), but our life’s work will continue; our calling to glorify God will never end. That calling will apply as much there and then as it does here and now.
As you work or rest today, will you ask God to help you do it to his glory?
Lord, on the days when we are so busy and tired and unfinished tasks demand our attention, how wonderful rest sounds to us. After the demands of life, of caring for children and wearing ourselves out at work, what a delight it is to contemplate Heaven as a place of rest. And on the days when we are eager to work, to garden, to study, to design and assemble and build, what a pleasure it is to know that good, productive, enriching work awaits us on the New Earth—work unencumbered by the Curse and done in collaboration with others who will find as much joy in serving Jesus as we will.
Excerpt from 50 Days of Heaven by Randy Alcorn, Day 36.
Notes
1 Richard Baxter, The Saints’ Everlasting Rest (1649).
2 Boudreau, The Happiness of Heaven, 107-108.
3 Victor Hugo, “The Future Life,” quoted in Dave Wilkinson, “And I Shall Dwell,” sermon preached at Moorpark Presbyterian Church, Moorpark, Calif., February 18, 20. See http://www.moorparkpres.org/sermons/2001/021801.htm.
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