Pronto leerás en el periódico que estoy muerto. No lo creas por un momento. Estaré más vivo que nunca. — D. L. Moody
Retrocede la tierra.... ¡El cieloo se abre ante mí! — D. L. Moody (en su lecho de muerte)
Ciudades antiguas mantuvieron registros de sus ciudadanos. Guardias eran ubicados en las puertas de entrada a la ciudad para mantener fuera a los criminales y enemigos al chequear sus nombres en la lista. Este es el contexto de Apocalipsis 21:27: “Nunca entrará en ella [la ciudad] nada impuro, ni los idólatras ni los farsantes, sino sólo aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida, el libro del Cordero. "
Ruthanna Metzgar, una cantante profesional, cuenta una historia que ilustra la importancia de tener nuestros nombres escritos en el libro. Hace varios años, se le pidió que cantara en la boda de un hombre muy rico. De acuerdo a la invitación, la recepción se celebraría en los dos pisos superiores de la torre Seattle Columbia, el rascacieloos más alto del noroeste. Ella y su esposo, Roy, estaban muy entusiasmados por asistir.
Durante la recepción, camareros en esmoquin ofrecían deliciosas botanas y bebidas exóticas. La novia y el novio se acercaron a unas escaleras de cristal y latón que conducían a la planta superior. Alguien cortó una cinta de satén drapeada en la parte inferior de las escaleras de una manera ceremoniosa. Luego anunciaron que el banquete de la boda estaba a punto de comenzar. La novia y el novio subieron las escaleras, seguidos por sus invitados.
En la parte superior de las escaleras, el jefe de camareros sostenía un cuaderno y saludaba a los invitados afuera de las puertas.
"¿Me dá su nombre por favor?"
"Soy Ruthanna Metzgar y este es mi esposo, Roy".
Realizó la búsqueda en las M. "No lo encuentro. ¿Lo deletrea por favor?"
Ruthanna deletreó su nombre lentamente. Después de buscar en el libro, el jefe de camareros miró hacia arriba y dijo:
"Lo siento, pero su nombre no está aquí".
"Debe haber algún error," respondió Ruthanna. "Yo soy la cantante. ¡Yo canté para esta boda!"
El caballero respondió: "No importa quién es o lo que hizo. Sin su nombre en el libro usted no puede asistir al banquete."
Hizo un llamado a un camarero y le dijo, "Por favor muéstrale a estas personas al ascensor de servicio."
Los Metzgars siguieron al camarero pasando las mesas hermosamente decoradas y cargadas con camarones, salmones enteros ahumados y magníficas esculturas de hielo. Junto al área del banquete, una orquesta se preparaba para tocar, todos los músicos vestían trajes blancos deslumbrantes.
El camarero llevó a Ruthanna y a Roy al elevador de servicio, los invitó a subir, y presionó la letra P para el área de parqueo.
Después de localizar su carro y conducir varias millas en silencio, Roy se acercó y puso su mano sobre el brazo de Ruthanna. “Cariño, ¿Qué pasó?"
"Cuando llegó la invitación, yo estaba ocupada", respondió Ruthanna. "Yo no me molesté en confirmar mi asistencia. Además, yo era la cantante. ¡Seguramente podía ir a la recepción sin tener que confirmar mi asistencia!"
Ruthanna comenzó a llorar, no sólo porque se había perdido del banquete más lujoso al cual había sido invitada, sino también porque de pronto había una pequeña muestra de lo que algún día será para las personas que estén paradas delante de Cristo y se encuentren con que sus nombres no están escritos en el libro de la vida del Cordero.1
A lo largo de los años, innumerables personas han estado demasiado ocupadas para responder a la invitación al banquete de bodas de Cristo. Muchos suponen que el bien que han hecho - tal vez asistiendo a la iglesia, haber sido bautizado, cantando en el coro o ayudando en un comedor para los desamparados— será suficiente para ganarse la entrada al cielo. Pero personas que no responden a la invitación de Cristo para perdonar sus pecados son personas cuyos nombres no están escritos en el Libro de la Vida del Cordero. Que se te niegue la entrada al banquete de bodas del cielo no solamente significará bajar por el ascensor de servicio hacia el parqueo. Significará ser echado hacia el infierno para siempre.
En ese día, ninguna explicación o excusa valdrá. Lo único que importará es si nuestros nombres están escritos en el libro. Si no lo está, seremos rechazados.
¿Has dicho sí a la invitación de Cristo para unirse a él en el banquete de bodas y pasar la eternidad con él en su casa? Si lo has hecho, tienes razón para regocijarte, las puertas del cielo se abrirán para ti.
Si has estado posponiendo tu respuesta, tu confirmación de asistencia, o si presumes que puedes entrar al cielo sin responder a la invitación de Cristo, un día lo lamentarás profundamente.
Preparación para el viaje
Un cementerio de Indiana tiene una lápida con más de cien años de edad inscrita con el siguiente epitafio:
Haz una pausa, extranjero, cuando pases por mi lado:
Como eres ahora, así una vez fui yo.
Como estoy ahora, así estarás tú.
Así que prepárate para la muerte y sígueme.
Un transeúnte desconocido rayó estas palabras adicionales en la lápida:
Para seguirte a ti no estoy contento,
Hasta que sepa en qué camino te fuiste.2
¿Podemos realmente saber por adelantado a dónde iremos cuando muramos? El apóstol Juan, el mismo que escribió sobre los cielos nuevos y la Tierra Nueva, dijo en una de sus cartas, “Les escribo estas cosas a ustedes que creen en el nombre del Hijo de Dios, así que sepáis que tenéis vida eterna” (1 John 5:13, énfasis añadido). Con seguridad podemos saber que tenemos vida eterna. Con seguridad podemos saber que iremos al cielo cuando muramos.
¿Lo sabes tú?
Las personas que quieren llegar a la Florida no simplemente se suben al carro y empiezan a conducir con la esperanza que el camino de alguna manera los lleve allí. En vez de eso, miran un mapa y trazan su curso. Esto lo hacen anticipadamente, en lugar de esperar hasta llegar al destino equivocado o descubrir que han pasado tres días conduciendo en la dirección equivocada. Si deseas conseguir llegar a algún lugar, el seguir conjeturas es una mala estrategia. El objetivo de llegar al cielo es digno de una mayor y avanzada planificación comparada a lo que le daríamos a cualquier otro viaje - sin embargo, algunas personas pasan mucho más tiempo preparando un viaje a Disney World. Muchos libros sobre el cielo parecen asumir que cada lector ya está en camino al cielo. La Biblia dice lo contrario. Debo a todos mis lectores compartir con ellos el mapa de Dios al cielo y ofrecerles su Buenas Nuevas.
Lo que tú necesitas saber y hacer
Pecar es quedarse corto a los estándares santos de Dios. El pecado es lo que terminó el Paraíso del Edén. Y todos nosotros, como Adán y Eva, somos pecadores. Eres un pecador. Es lo primero que necesitas saber.
El pecado nos engaña y nos hace pensar que el mal es correcto y lo correcto es el mal (Proverbios 14:12).
El pecado tiene consecuencias, pero Dios ha provisto una solución para nuestro pecado: “Porque la paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor.” (Romanos 6:23). Jesucristo, el hijo de Dios, nos amó tanto que él se hizo hombre para librarnos de nuestros pecados (Juan 3:16). Llegó a identificarse con nosotros en nuestra humanidad y en nuestra debilidad, pero lo hizo sin ser contaminado por nuestro pecado, auto-engaño y flaquezas morales (Hebreos 2:17-18; 4:15-16).
Nos dice que “Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios” (2 Corintios 5:21). Esto significa que a pesar de que estamos bajo la ira de Dios por nuestros pecados, Jesús murió en la Cruz como nuestro representante, nuestro substituto. Entonces, Dios vertió su ira en Cristo en vez de en nosotros. Cristo, que estaba en nuestro lugar, transmitió su justicia a nosotros para que seamos declarados inocentes de todos nuestros pecados y declarados justos, para que así podamos entrar en la presencia de Dios en el cielo y estar allí en casa con él.
Ningún otro profeta o figura religiosa- sólo Jesús, el hijo de Dios, es digno de pagar la penalidad por nuestros pecados exigido por la santidad de Dios (Apocalipsis 5:4-5, 9-10). Sólo cuando nuestros pecados se solventan en Cristo podemos entrar al cielo. No podemos pagar nuestro propio camino. “Salvación se encuentra en nadie más que [Jesús], porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres con el que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).
Siendo el mismo Dios y por lo tanto, todopoderoso, Jesucristo se levantó de la tumba, derrotando el pecado y venciendo la muerte (1 Corintios 15:3-4, 54-57). Cuando Cristo murió en la cruz por nosotros, dijo, “consumado es” (Juan 19:30). La palabra griega traducida “está consumado” fue escrita comúnmente a través de los certificados de deuda cuando estos se cancelaban. Significaba “pagado en su totalidad.” Cristo murió para que el certificado de deuda, que consiste de todos nuestros pecados, una vez por todas podría ser marcado “pagado en su totalidad.”
Debido a la muerte expiatoria de Jesucristo en la cruz a nuestro favor, Dios libremente nos ofrece perdón. “Él no nos trata conforme a nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras maldades... Tan lejos de nosotros echó nuestras transgresiones como lejos del oriente está el occidente.”(Salmo 103:10-12).
El perdón no es automático. Si queremos ser perdonados, debemos reconocer y arrepentirnos de nuestros pecados: “Quien encubre su pecado jamás prospera; quien lo confiesa y lo deja, halla perdón” (Proverbios 28: 13). El perdón es establecido por nuestra confesión: “ Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad “ (1 John 1:9).
Cristo ofrece a todos el don del perdón, salvación y vida eterna: “ El que tenga sed, venga; y el que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida”(Apocalipsis 22:17).
No hay ningún acto piadoso que podamos realizar para ganar un lugar en el cielo (Tito 3:5). Venimos a Cristo con las manos vacías. No podemos tomar ningún crédito para la salvación: “Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte.” (Efesios 2:8-9).
No puedes trabajar para este regalo, ni lo puedes ganar ni lograr en alguna forma. No depende de nuestro mérito o esfuerzo pero únicamente en el sacrificio generoso y suficiente de Cristo en nuestro nombre.
Ultimadamente, el mayor regalo de Dios es Él mismo. No solamente necesitamos salvación, necesitamos a Jesús el Salvador. Es la persona, que es Dios, que amablemente nos da el lugar, que es el cielo.
Unir el cuerpo de Cristo: la iglesia
Podrías pensar que no mereces perdón después de todo lo que has hecho. Eso es exactamente correcto. Nadie merece perdón. Si lo mereciéramos, no lo necesitaríamos. Ese es el objetivo de la gracia. En la Cruz, Jesús experimentó el infierno que merecemos para que por toda la eternidad podamos experimentar el cielo que no merecemos.
Una vez perdonados, podemos mirar hacia adelante para pasar la eternidad en el cielo con Cristo y con nuestra familia espiritual (Juan 14:1-3; Apocalipsis 20:11-22:6). No tendremos que temer a que Dios encuentre un esqueleto en nuestro armario y nos diga, “si yo hubiera sabido que habías hecho eso no te hubiera dejado entrar al cielo”. Cada pecado está cubierto por la sangre de Cristo. Además, Dios es omnisciente. El ha visto lo peor de nosotros y aun así nos ama. Ningún pecado es más grande que el Salvador. Si Dios no estuviera dispuesto a perdonar el pecado basado en el sacrificio de Cristo, el cielo estaría vacío.
Jesús dijo, “Tengan cuidado de que nadie los engañe” (Mateo 24:4). Existen innumerables grupos, religiosos y seculares, que les asegurarán que el cielo es su destino automático o que puede ser logrado por su trabajo duro y la abstención de ciertos pecados. Esto es falso, no hay ninguna salvación excepto por Jesús y su obra redentora.
Los maestros falsos pueden ser atractivos y persuasivos, a menudo citando la Biblia fuera de contexto. Pero deben ser rechazados porque contradicen la palabra de Dios (Hechos 17:11). La enseñanza falsa es una de las razones la vida cristiana no debe y no puede ser vivida en aislamiento. Debemos ser parte de una familia de cristianos llamada iglesia, en donde la palabra de Dios es creída y enseñada. Pueda que te sientas cohibido alrededor de otros cristianos debido a tu pasado. No debes sentirte así. Una iglesia centrada en Cristo no es un escaparate para santos sino un hospital para pecadores. La gente a la que te estás uniendo es gente humana, imperfecta y necesitada. La mayoría de las personas de la iglesia no se creen santurrones. Hay que compadecerse de aquellos que lo creen ser porque no entienden la gracia de Dios.
Una buena iglesia enseñará la palabra de Dios y proveerá amor, ayuda y apoyo. Si tienes más preguntas acerca de Jesús y sobre el cielo, podrás encontrar respuestas allí. (Si estás en busca de una iglesia como esta en tu área pero no puedes encontrar una, utiliza la dirección al final de este libro para ponerte en contacto con nuestra organización y con mucho gusto te ayudaremos.)
A aquellos que presumieron que iban al cielo porque eran religiosos, Jesús dijo, “no todo el que me dice 'Señor, Señor' entrará al Reino de los cielos, sino sólo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: 'Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios e hicimos muchos milagros?' Entonces les diré claramente, ‘Jamás los conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!’” (Mateo 7:21-23). Aquellos que asumen que sólo con sus actividades religiosas conseguirán el cielo tienen una terrible sorpresa por delante.
No simplemente asumas que eres cristiano y que vas al cielo. Toma la decisión consciente de aceptar la muerte sacrificial de Cristo en tu nombre. Cuando decides aceptar a Cristo y entregas el control de tu vida a él, puedes entonces estar seguro que tu nombre está escrito en el Libro de Vida del Cordero.
Agua para el sediento
Después de mostrarnos los Nuevos Cielos y la Nueva Tierra, Jesús dice casi al final de la Biblia, “yo soy el alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Al que tenga sed le daré a beber gratuitamente de la fuente del agua de la vida” (Apocalipsis 21:6). Pero luego Jesús añade estas palabras para reflexión: “el que venciere heredará todo esto y yo seré su Dios y él será mi hijo. Pero los cobardes, los incrédulos, los viles, los asesinos, los sexualmente inmorales, aquellos que practican artes mágicas, los idólatras y todos los mentirosos, recibirán como herencia el lago de fuego y azufre “(Apocalipsis 21:7-8).
Para aquellos que conocen a Cristo, su lugar es el cielo. Para aquellos que no conocen a Cristo, su lugar es el infierno. Jesús dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie llega al padre sino por mí” (Juan 14:6). No hay ningún punto medio. O eres un seguidor de Jesús o no lo eres. Cristo dijo: “Quien no está conmigo está contra mí” (Lucas 11:23).
La Biblia aún termina con una invitación más, sugiriendo que Dios quiere dar a cada lector una última oportunidad: “el Espíritu y la novia dicen, '¡Ven!' Y deja que el que oiga diga: '¡Ven!' Quien sea que tenga sed, que venga; y quien desee, deja que tome el don gratuito del agua de vida”(Apocalipsis 22:17). Son Jesús y el cielo de quien estamos sedientos. Jesús y el cielo son ofrecidos a nosotros sin costo alguno porque él ya pagó el precio por nosotros.
Dios te invita a venir. La iglesia te invita a venir. Como seguidor de Jesús, yo te invito a venir.
¿Por qué no vendrías tú? ¿Qué razón podría ser suficiente para alejarse de Jesús y de la vida eterna en los Nuevos Cielos y Nueva Tierra? En las palabras de C.S. Lewis, “En toda tu vida un éxtasis inalcanzable ha rondado un poco más allá del alcance de tu conciencia. El día viene cuando despertarás para encontrar, más allá de toda esperanza, que lo has alcanzado, o bien, que estaba a tu alcance y lo has perdido para siempre.”
Estas hecho para una persona y para un lugar. Jesús es la persona. El cielo es el lugar. Son un paquete, no puedes conseguir el cielo sin Jesús ni Jesús sin cielo. Vamos a explorar los júbilos y maravillas del cielo a lo largo de este libro. Pero más vale que no nos atrevamos a presumir que podemos entrar en el cielo separado de Cristo. “Buscad al Señor mientras pueda ser hallado; invocadlo mientras está cerca”(Isaías 55:6). ¿Has confesado tus pecados? ¿Has pedido a Cristo que te perdone? ¿Has depositado tu confianza en la muerte y resurrección de Cristo en tu nombre? ¿Has pedido a Jesús que sea tu Señor y que te de apodere para seguirlo? ¿No sería trágico leer sobre las maravillas del cielo y no terminar yendo allí?
Para obtener más información sobre el tema de los cielos, ojea el libro Heaven (cielo) de Randy Alcorn.
Extracto de El Cielo por Randy Alcorn, Capítulo 4.
Notas
1 Ruthanna C. Metzgar, tornado de su historia “It’s Not in the Book!” [“No esti en el libror] 1998 por Ruthanna C. Metzgar, http://www.epm.org/articles/metzgar.html.
2 Ron Rhodes, The Undiscovered Country: Exploring the Wonder of Heaven and the Afterlife [El pais sin descubrir: Explorando el milagro del Cielo y la otra vida] (Eugene, OR: Harvest House, 1960).
3 C. S. Lewis, The Problem of Pain (El problema del dolar] (New York: Macmillan, 1962), 39-40.
Can You Know You’re Going to Heaven?
Soon you will read in the newspaper that I am dead. Don’t believe it for a moment. I will be more alive than ever before. — D. L. Moody
Earth recedes. . . . Heaven opens before me! — D. L. Moody (on his deathbed)
Ancient cities kept rolls of their citizens. Guards were posted at the city gates to keep out criminals and enemies by checking their names against the list. This is the context for Revelation 21:27: “Nothing impure will ever enter [the city], nor will anyone who does what is shameful or deceitful, but only those whose names are written in the Lamb’s book of life.”
Ruthanna Metzgar, a professional singer, tells a story that illustrates the importance of having our names written in the book. Several years ago, she was asked to sing at the wedding of a very wealthy man. According to the invitation, the reception would be held on the top two floors of Seattle’s Columbia Tower, the Northwest’s tallest skyscraper. She and her husband, Roy, were excited about attending.
At the reception, waiters in tuxedos offered luscious hors d’oeuvres and exotic beverages. The bride and groom approached a beautiful glass and brass staircase that led to the top floor. Someone ceremoniously cut a satin ribbon draped across the bottom of the stairs. They announced the wedding feast was about to begin. Bride and groom ascended the stairs, followed by their guests.
At the top of the stairs, a maitre d’ with a bound book greeted the guests outside the doors.
“May I have your name please?”
“I am Ruthanna Metzgar and this is my husband, Roy.”
He searched the M’s. “I’m not finding it. Would you spell it please?”
Ruthanna spelled her name slowly. After searching the book, the maitre d’ looked up and said, “I’m sorry, but your name isn’t here.”
“There must be some mistake,” Ruthanna replied. “I’m the singer. I sang for this wedding!”
The gentleman answered, “It doesn’t matter who you are or what you did. Without your name in the book you cannot attend the banquet.”
He motioned to a waiter and said, “Show these people to the service elevator, please.”
The Metzgars followed the waiter past beautifully decorated tables laden with shrimp, whole smoked salmon, and magnificent carved ice sculptures. Adjacent to the banquet area, an orchestra was preparing to perform, the musicians all dressed in dazzling white tuxedos.
The waiter led Ruthanna and Roy to the service elevator, ushered them in, and pushed G for the parking garage.
After locating their car and driving several miles in silence, Roy reached over and put his hand on Ruthanna’s arm. “Sweetheart, what happened?”
“When the invitation arrived, I was busy,” Ruthanna replied. “I never bothered to RSVP. Besides, I was the singer. Surely I could go to the reception without returning the RSVP!”
Ruthanna started to weep—not only because she had missed the most lavish banquet she’d ever been invited to, but also because she suddenly had a small taste of what it will be like someday for people as they stand before Christ and find their names are not written in the Lamb’s Book of Life.4
Throughout the ages, countless people have been too busy to respond to Christ’s invitation to his wedding banquet. Many assume that the good they’ve done—perhaps attending church, being baptized, singing in the choir, or helping in a soup kitchen—will be enough to gain entry to Heaven. But people who do not respond to Christ’s invitation to forgive their sins are people whose names aren’t written in the Lamb’s Book of Life. To be denied entrance to Heaven’s wedding banquet will not just mean going down the service elevator to the garage. It will mean being cast outside into Hell, forever.
In that day, no explanation or excuse will count. All that will matter is whether our names are written in the book. If they’re not, we’ll be turned away.
Have you said yes to Christ’s invitation to join him at the wedding feast and spend eternity with him in his house? If so, you have reason to rejoice—Heaven’s gates will be open to you.
If you have been putting off your response, your RSVP, or if you presume that you can enter Heaven without responding to Christ’s invitation, one day you will deeply regret it.
Preparing for the Journey
An Indiana cemetery has a tombstone, more than one hundred years old, with the following epitaph:
Pause, stranger, when you pass me by:
As you are now, so once was I.
As I am now, so you will be.
So prepare for death and follow me.
An unknown passerby scratched these additional words on the tombstone:
To follow you I’m not content,
Until I know which way you went.5
Can we really know in advance where we’re going when we die? The apostle John, the same one who wrote about the new heavens and New Earth, said in one of his letters, “I write these things to you who believe in the name of the Son of God so that you may know that you have eternal life” (1 John 5:13, emphasis added). We can know for sure that we have eternal life. We can know for sure that we will go to Heaven when we die.
Do you?
People who want to get to Florida don’t simply get in the car and start driving, hoping the road will somehow get them there. Instead, they look at a map and chart their course. They do this in advance, rather than waiting until they arrive at the wrong destination or discover they’ve spent three days driving the wrong direction. If you want to get somewhere, guesswork is a poor strategy. The goal of getting to Heaven is worthy of greater advanced planning than we would give to any other journey—yet some people spend far more time preparing for a trip to Disney World.
Many books on Heaven seem to assume every reader is Heaven-bound. The Bible says otherwise. I owe it to all my readers to share with them God’s map to Heaven and offer them his Good News.
What You Need to Know and Do
To sin is to fall short of God’s holy standards. Sin is what ended Eden’s Paradise. And all of us, like Adam and Eve, are sinners. You are a sinner. That’s the first thing you need to know. Sin deceives us and makes us think that wrong is right and right is wrong (Proverbs 14:12).
Sin has consequences, but God has provided a solution for our sin: “The wages of sin is death, but the gift of God is eternal life in Christ Jesus our Lord” (Romans 6:23). Jesus Christ, the Son of God, loved us so much that he became a man to deliver us from our sin (John 3:16). He came to identify with us in our humanity and our weakness, but he did so without being tainted by our sin, self-deception, and moral failings (Hebrews 2:17-18; 4:15-16).
We’re told that “God made him [Christ] who had no sin to be sin for us, so that in him we might become the righteousness of God” (2 Corinthians 5:21). This means that even though we are under God’s wrath for our sins, Jesus died on the cross as our representative, our substitute. God then poured out his wrath on Christ instead of on us. Christ, who stood in our place, conveyed his righteousness to us so that we are declared innocent of all our sins and declared righteous, so we may enter the very presence of God in Heaven and be at home with him there.
No other prophet or religious figure—only Jesus, the Son of God—is worthy to pay the penalty for our sins demanded by God’s holiness (Revelation 5:4-5, 9-10). Only when our sins are dealt with in Christ can we enter Heaven. We cannot pay our own way. “Salvation is found in no one else [but Jesus], for there is no other name under heaven given to men by which we must be saved” (Acts 4:12).
Being himself God and therefore all-powerful, Jesus Christ rose from the grave, defeating sin and conquering death (1 Corinthians 15:3-4, 54-57). When Christ died on the cross for us, he said, “It is finished” (John 19:30). The Greek word translated “it is finished” was commonly written across certificates of debt when they were canceled. It meant “paid in full.” Christ died so that the certificate of debt, consisting of all our sins, could once and for all be marked “paid in full.”
Because of Jesus Christ’s sacrificial death on the cross on our behalf, God freely offers us forgiveness. “He does not treat us as our sins deserve or repay us according to our iniquities. . . . As far as the east is from the west, so far has he removed our transgressions from us” (Psalm 103:10-12).
Forgiveness is not automatic. If we want to be forgiven, we must recognize and repent of our sins: “He who conceals his sins does not prosper, but whoever confesses and renounces them finds mercy” (Proverbs 28:13). Forgiveness is established by our confession: “If we confess our sins, he is faithful and just and will forgive us our sins and purify us from all unrighteousness” (1 John 1:9).
Christ offers to everyone the gift of forgiveness, salvation, and eternal life: “Whoever is thirsty, let him come; and whoever wishes, let him take the free gift of the water of life” (Revelation 22:17).
There’s no righteous deed we can do that will earn us a place in Heaven (Titus 3:5). We come to Christ empty-handed. We can take no credit for salvation: “For it is by grace you have been saved, through faith—and this not from yourselves, it is the gift of God—not by works, so that no one can boast” (Ephesians 2:8-9).
This gift cannot be worked for, earned, or achieved in any sense. It’s not dependent on our merit or effort but solely on Christ’s generous and sufficient sacrifice on our behalf. Ultimately, God’s greatest gift is himself. We don’t just need salvation, we need Jesus the Savior. It is the person, God, who graciously gives us the place, Heaven.
Joining the Body of Christ: the Church
You may think that you don’t deserve forgiveness after all you’ve done. That’s exactly right. No one deserves forgiveness. If we deserved it, we wouldn’t need it. That’s the point of grace. On the cross, Jesus experienced the Hell we deserve, so that for eternity we can experience the Heaven we don’t deserve.
Once forgiven, we can look forward to spending eternity in Heaven with Christ and our spiritual family (John 14:1-3; Revelation 20:11–22:6). We need never fear that God will find a skeleton in our closet and say, “If I’d known you did that, I wouldn’t have let you into Heaven.” Every sin is washed away by the blood of Christ. Moreover, God is all-knowing. He has seen us at our worst and still loves us. No sin is bigger than the Savior. If God wasn’t willing to forgive sin on the basis of Christ’s sacrifice, Heaven would be empty.
Jesus said, “Watch out that no one deceives you” (Matthew 24:4). There are countless groups, religious and secular, that will assure you Heaven is your automatic destination or that it can be attained by your hard work and abstention from certain sins. This is false—there is no salvation except by Jesus and his redemptive work.
False teachers can be attractive and persuasive, often quoting the Bible out of context. But they should be rejected because they contradict God’s Word (Acts 17:11). False doctrine is one reason the Christian life should not and cannot be lived in isolation. We must become part of a family of Christians called a church, where God’s Word is believed and taught. You may feel self-conscious around other Christians because of your past. You shouldn’t. A Christ-centered church is not a showcase for saints but a hospital for sinners. The people you’re joining are human, imperfect, and needy. Most church people aren’t self-righteous. Those who are should be pitied, because they don’t understand God’s grace.
A good church will teach God’s Word and provide love, help, and support. If you have further questions about Jesus and about Heaven, you can find answers there. (If you’re looking for such a church in your area but can’t find one, use the address at the end of this book to contact our organization, and we’ll gladly help you.)
To those who presumed they would go to Heaven because they were religious, Jesus said, “Not everyone who says to me, ‘Lord, Lord,’ will enter the kingdom of Heaven, but only he who does the will of my Father who is in heaven. Many will say to me on that day, ‘Lord, Lord, did we not prophesy in your name, and in your name drive out demons and perform many miracles?’ Then I will tell them plainly, ‘I never knew you. Away from me, you evildoers!’ ” (Matthew 7:21-23). Those who assume their religious activities alone will get them to Heaven have a terrible surprise ahead.
Do not merely assume that you are a Christian and are going to Heaven. Make the conscious decision to accept Christ’s sacrificial death on your behalf. When you choose to accept Christ and surrender control of your life to him, you can be certain that your name is written in the Lamb’s Book of Life.
Water for the Thirsty
After showing us the new heavens and New Earth, Jesus says near the end of the Bible, “I am the Alpha and the Omega, the Beginning and the End. To him who is thirsty I will give to drink without cost from the spring of the water of life” (Revelation 21:6). But then Jesus adds these sobering words: “He who overcomes will inherit all this, and I will be his God and he will be my son. But the cowardly, the unbelieving, the vile, the murderers, the sexually immoral, those who practice magic arts, the idolaters and all liars—their place will be in the fiery lake of burning sulfur” (Revelation 21:7-8).
For those who know Christ, their place is Heaven. For those who do not know Christ, their place is Hell. Jesus said, “I am the way and the truth and the life. No one comes to the Father except through me” (John 14:6). There is no middle ground. Either you are a follower of Jesus or you are not. Christ said, “He who is not with me is against me” (Luke 11:23).
The Bible ends with yet one more invitation, suggesting that God wants to give every reader one last chance: “The Spirit and the bride say, ‘Come!’ And let him who hears say, ‘Come!’ Whoever is thirsty, let him come; and whoever wishes, let him take the free gift of the water of life” (Revelation 22:17). It is Jesus—and Heaven—we thirst for. Jesus and Heaven are offered to us at no cost because he already paid the price for us.
God invites you to come. The church invites you to come. As a follower of Jesus, I invite you to come.
Why would you not come? What reason could be good enough to turn away from Jesus and from eternal life in the new heavens and New Earth? In the words of C. S. Lewis, “All your life an unattainable ecstasy has hovered just beyond the grasp of your consciousness. The day is coming when you will wake to find, beyond all hope, that you have attained it, or else, that it was within your reach and you have lost it forever.”6
You are made for a person and a place. Jesus is the person. Heaven is the place. They are a package—you cannot get Heaven without Jesus or Jesus without Heaven. We will explore Heaven’s joys and wonders throughout this book. But we dare not presume we can enter Heaven apart from Christ.
“Seek the Lord while he may be found; call on him while he is near” (Isaiah 55:6).
Have you confessed your sins? asked Christ to forgive you? placed your trust in Christ’s death and resurrection on your behalf? asked Jesus to be your Lord and empower you to follow him?
Wouldn’t it be tragic if you read this book on Heaven but didn’t get to go there?
Excerpt from Heaven by Randy Alcorn, Chapter 4.
Notes
4 Ruthanna C. Metzgar, from her story “It’s Not in the Book!” copyright © 1998 by Ruthanna C. Metzgar. Used by permission. For the full story in Ruthanna’s own words, see Eternal Perspective Ministries, http://www.epm.org/articles/metzgar.html.
5 Ron Rhodes, The Undiscovered Country: Exploring the Wonder of Heaven and the Afterlife (Eugene, OR: Harvest House, 1960), 39–40.
6 C. S. Lewis, The Problem of Pain (New York: Macmillan, 1962), 147.
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