Extracto de La Resolución para Hombres
Gran parte de tu rol como padre es discipular a tus hijos, enseñarles el camino de Dios y la realidad de la vida desde una perspectiva madura, experimentada y bíblica.
Sin embargo, discipular a tus hijos requiere disciplina.
La disciplina les ayuda a tus hijos a darse cuenta de que el pecado no solo deshonra a Dios y a ti sino que también es dañino para ellos. Como reiteran vez tras vez el libro de Proverbios y Deuteronomio 30, la elección correcta es la inteligente (el camino a la bendición), y la elección equivocada es la necia (el camino al castigo).
Y la disciplina ayuda a que los niños comprendan esta idea. Les da una clara connotación negativa a las costosas consecuencias del pecado.
Por consiguiente, la disciplina no es agradable ni debiera serlo. «Ciertamente, ninguna disciplina, en el momento de recibirla, parece agradable, sino más bien penosa; sin embargo, después produce una cosecha de justicia y paz para quienes han sido entrenados por ella» (Hebreos 12:11, NVI).
La disciplina debiera estar más sobre los hombros del padre que de la madre, debido a quién representamos. La amorosa disciplina prepara a nuestros hijos para respetar y obedecer a Su Padre celestial.
Además, tuvimos padres terrenales para disciplinarnos, y los respetábamos, ¿con cuánta más razón no estaremos sujetos al Padre de nuestros espíritus, y viviremos? Porque ellos nos disciplinaban por pocos días como les parecía, pero El nos disciplina para nuestro bien, para que participemos de su santidad. (Hebreos 12:9-10)
De modo que la tarea del padre no es mirar a corto plazo sino a largo plazo. Retener la disciplina puede parecer momentáneamente agradable para el niño y para el padre. Y son muchos los padres (incluso buenos hombres como Elí en el Antiguo Testamento, el sabio mentor sacerdotal del joven profeta Samuel) que fallan en atender la advertencia de Dios: «No dejes de disciplinar a tus hijos» (Proverbios 23:13, NTV). Dios dijo de Elí: «Porque le he hecho saber que estoy a punto de juzgar su casa para siempre a causa de la iniquidad que él conocía, pues sus hijos trajeron sobre sí una maldición, y él no los reprendió» (1 Samuel 3:13).
Para ser un padre pasivo no es necesaria ninguna habilidad ni valentía; no cuando él sabe que al no corregir el pecado de su hijo en realidad lo está alentando. Y más aún, garantiza que el pecado no corregido acompañará a su hijo en la adultez y seguirá a su familia en las generaciones venideras. Lo que requiere valor es aplicar disciplina paterna con fidelidad y equidad, a pesar de la incomodidad momentánea, sabiendo que el pecado dañará a tu hijo de peores maneras que la dolorosa disciplina de un padre amoroso. «El que retiene el castigo, aborrece a su hijo; el que lo ama, a tiempo lo corrige» (Proverbios 13:24, RVC).
Nuestros hijos, como nosotros, son pecadores que viven en un mundo caído. Y si no corregimos nuestras propias tendencias pecaminosas así como las de nuestros hijos, nos iremos apartando de las instrucciones de Dios y tendremos que afrontar solos las terribles consecuencias.
Las Escrituras describen un modelo claro: «Dirige a tus hijos por el camino correcto, y cuando sean mayores, no lo abandonarán» (Proverbios 22:6, NTV).
Así caminarán directo a la bendición de Dios.
Dios ha diseñado la obediencia y el honor para bendecirnos con una vida plena y un yugo más ligero. Así lo expresa:
Hijos, obedezcan a sus padres en el nombre del Señor, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y tengas una larga vida sobre la tierra. (Efesios 6:1-3)
Pensar que rebelarse contra la autoridad y deshonrarla acarrea libertad y paz no es más que una mentira del enemigo. En cambio, la Escritura dice que debemos criarlos «según la disciplina e instrucción del Señor» (Efesios 6:4). Cuando lo hacemos, Dios comienza a usar sus propias conciencias para convencerlos de ciertos parámetros que reconocerán como correctos y verdaderos.
La corrección construye el carácter.
La instrucción conduce al honor.
De manera que en el fondo, la disciplina florece a partir del amor de largo alcance: la promesa constante de un padre que ayudará a corregir a sus hijos y los guiará hacia una vida de bendición y responsabilidad.
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