¿QUÉ PODEMOS SABER ACERCA DEL CIELO? (un extracto de La promesa del cielo)
Me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo, desde la presencia de Dios. Resplandecía de la gloria de Dios y brillaba como una piedra preciosa […]. La gloria de Dios ilumina la ciudad, y el Cordero es su luz.
Apocalipsis 21:10-11, 23
¿Es el cielo un lugar de verdad?
¿Se pregunta cómo podemos saber algo sobre el cielo, un lugar que no podemos ver? Pues bien, Dios nos ha revelado cosas invisibles en la Biblia, incluidas algunas sobre el cielo.
Muchas personas dudan de que el cielo sea un lugar físico. Creen que la gente del cielo flota como fantasmas. Sin embargo, la Biblia nos dice que el cielo es tan real como el planeta tierra.
Somos seres humanos. No fuimos creados para vivir como fantasmas en un lugar fantasmal; fuimos creados para vivir en la tierra. De hecho, como veremos en este libro, Dios llama «tierra nueva» al cielo en el que viviremos para siempre.
Si conocemos a Jesús, entraremos en el cielo que ahora existe cuando muramos. Jesús promete traernos de regreso con él en su segunda venida, después de la cual viviremos juntos para siempre en la tierra nueva, un mundo con campos, árboles, agua, animales y seres humanos. Este será un paraíso nuevo y eterno como el Edén.
De modo que, mientras disfruta de estas hermosas fotografías, piense que son sólo una muestra de la belleza de la tierra nueva de Dios que está por llegar.
Por supuesto, hay muchas cosas sobre el cielo que no sabremos hasta que lleguemos allí. En la tierra hay sorpresas agradables y desagradables, pero en el cielo, Dios nos dará sólo sorpresas agradables. Y, él las ha preparado especialmente para nosotros.
Si somos buenas personas, ¿significa eso que iremos al cielo?
Muchos creen que todo el que es bueno irá al cielo de manera automática. Pero la Biblia dice que nadie puede ser lo suficientemente bueno para ir allí: «Todos hemos pecado; nadie puede alcanzar la meta gloriosa establecida por Dios» (Romanos 3:23). Todos hemos desobedecido los mandamientos de Dios y despreciado sus normas. La santidad de Dios exige que el pecado sea castigado, y la Biblia dice que «la paga del pecado es la muerte» (Romanos 6:23).
Todo pecador merece morir, y todos somos pecadores.
No obstante, Jesucristo murió en nuestro lugar en la cruz. Él cargó con el castigo de nuestros pecados (2 Corintios 5:21). Luego resucitó en su mismo cuerpo. Su resurrección es muy importante para la fe cristiana y es la llave que abre nuestra comprensión del cielo y de cómo será.
Así que nadie va al cielo por sus buenas acciones. Sólo llegamos allí por la gracia de Dios, como un regalo de Jesús.
Dios nos permite elegir si confiamos o no en Jesús. La única manera de hacer del cielo nuestro futuro hogar es apartándonos de nuestro pecado y creyendo en la muerte y resurrección de Jesús. La Biblia dice en Romanos 3:22-25:
Dios nos hace justos a sus ojos cuando ponemos nuestra fe en Jesucristo. Y eso es verdad para todo el que cree, sea quien fuere. Pues todos hemos pecado; nadie puede alcanzar la meta gloriosa establecida por Dios. Sin embargo, en su gracia, Dios gratuitamente nos hace justos a sus ojos por medio de Cristo Jesús, quien nos liberó del castigo de nuestros pecados. Pues Dios ofreció a Jesús como el sacrificio por el pecado. Las personas son declaradas justas a los ojos de Dios cuando creen que Jesús sacrificó su vida al derramar su sangre.
Pero no basta con conocer estos hechos. Debemos asegurarnos de aceptar la oferta de perdón de Dios. Debemos aceptar —con gratitud— su regalo gratuito de la vida eterna para que podamos vivir para siempre con Jesús. Entonces, podemos estar seguros de que cuando muramos, iremos al cielo.
¿Qué quiere decir acumular tesoros en el cielo?
Jesús dijo: «No almacenes tesoros aquí en la tierra […] Almacena tus tesoros en el cielo» (Mateo 6:19-20).
Cuando muramos, no podremos llevarnos nada al cielo. Por eso, Dios quiere que nos interesemos más por las cosas que perdurarán más allá de esta vida.
¿Qué perdurará por toda la eternidad? Nuestra relación con Jesús y con otras personas que lo aman. Acumulamos tesoros en el cielo cuando participamos en la obra de Dios en la tierra sirviendo a los demás en lugar de gastar todo nuestro tiempo y dinero en nosotros mismos. Podemos usar nuestros talentos para compartir el amor de Dios con los demás. Cuando damos y hacemos cosas por Jesús en el presente, aquello que es importante de verdad nos estará esperando cuando lleguemos al cielo. Aunque no sabemos con exactitud en qué consistirán todos estos tesoros, sí sabemos que Dios es el mayor dador del universo, y cualesquiera que sean los tesoros que él promete, sin duda serán magníficos.
Cuantos más tesoros tengamos en el cielo, más ganas tendremos de ir allí.
¿Qué nos ocurre cuando morimos?
Los muertos no regresan a la vida para contarnos lo que han experimentado. Pero podemos saber algunas cosas basándonos en lo que explica la Biblia. No desaparecemos después de morir, sino que vivimos en otro lugar. Los seguidores de Jesús van a vivir con él en el cielo. En la cruz, Jesús le dijo al ladrón que había sido crucificado junto a él: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lucas 23:43).
En la historia que Cristo narró sobre el rico y Lázaro, este último fue llevado al cielo por los ángeles en el momento de su muerte (Lucas 16:22). Parece probable que así ocurrirá con todos los hijos de Dios cuando muramos. A cada persona se le ha asignado un ángel diferente (Mateo 18:10), así que tal vez quienes nos acompañen al cielo serán los ángeles que nos han servido mientras estábamos en la tierra (Hebreos 1:14).
Lo más importante es que Jesús mismo estará con nosotros durante nuestra muerte. Él ha prometido no fallarnos ni abandonarnos jamás (Hebreos 13:5). Nada, ni siquiera la muerte, puede separarnos de su amor (Romanos 8:38-39). Dios promete que todos los que lo conocen serán aceptados en sus santos, amorosos y misericordiosos brazos. Esta certeza es la razón por la que el apóstol Pablo pudo decir: «Estamos plenamente confiados, y preferiríamos estar fuera de este cuerpo terrenal porque entonces estaríamos en el hogar celestial con el Señor» (2 Corintios 5:8).
Por muy dolorosa que sea la muerte y por muy correcto que sea lamentarla (Jesús lo hizo), nosotros, en esta tierra moribunda, también podemos regocijarnos por nuestros seres queridos que ya están en la presencia de Cristo. Cuando mueren, aquellos cubiertos por la sangre de Cristo experimentan el gozo de su presencia. (La Biblia enseña claramente que no existe tal cosa como el «sueño del alma» o un largo período de inconsciencia entre la vida en la tierra y la vida en el cielo. La frase «los que han dormido[a]» en 1 Tesalonicenses 4:13, y pasajes similares, describe la apariencia externa del cuerpo en el momento de la muerte).
Como nos dice Pablo, aunque es natural que nos aflijamos por la pérdida de seres queridos, no debemos «entristecernos como los que no tienen esperanza» (1 Tesalonicenses 4:13). Nuestra despedida no es el final de nuestra relación, sino sólo un paréntesis. No los hemos «perdido», porque sabemos dónde están. Y se nos dice que un día, en una magnífica reunión, ellos y nosotros «estaremos con el Señor para siempre. Así que anímense unos a otros con estas palabras» (1 Tesalonicenses 4:17-18).
Pedro nos dice: «Dios les dará un gran recibimiento en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo» (2 Pedro 1:11). Sin lugar a duda, Dios es el que da la bienvenida en primer lugar. Todos los ojos están puestos en Jesús, el centro cósmico, la fuente de toda felicidad. Sin embargo, ¿no sería lógico que los que dan la bienvenida en segundo lugar fuera el pueblo de Dios, aquellos que han influido en nuestras vidas y en cuyas vidas hemos influido nosotros? ¿No sería esa una gran fiesta de bienvenida? Me imagino reencuentros gloriosos y presentaciones asombrosas, conversaciones y relatos en banquetes y caminatas, sorpresas y risas largas y carcajadas, de las cuales la risa de Jesús es la más contagiosa.
Nuestros seres queridos que ahora están en el cielo viven en un lugar donde el gozo es el aire que respiran. Pero también esperan con entusiasmo el regreso de Cristo, su resurrección corporal, el juicio final y la reconstrucción de la tierra nueva a partir de las ruinas de la antigua.
¿Cuál es la diferencia entre el cielo que ahora existe y el futuro?
La mayor parte de este libro trata del cielo futuro, donde viviremos para siempre con Dios y todos los que lo conocen. Es el lugar donde viviremos después de nuestra resurrección y después del fin de esta tierra presente. ¿Qué quiero decir con nuestra resurrección? Cuando Jesús regrese a la tierra —como promete que hará algún día— todos los que conocen a Dios recibirán un cuerpo nuevo.
Por lo general, cuando nos referimos al cielo, no pensamos en el cielo futuro; la mayoría de las veces nos referimos al cielo presente (que los teólogos llaman a veces el cielo «intermedio»), donde viven los ángeles y a donde van las personas que aman a Cristo cuando mueren. El apóstol Pablo dijo que morir y estar con Cristo es «mucho mejor» (Filipenses 1:23). El cielo presente, sin embargo, es una «escala» temporal, no nuestro destino final. Aunque es un lugar maravilloso, no es el lugar para el que fuimos creados, el lugar donde Dios promete que viviremos para siempre con él.
Se desconoce la ubicación exacta del cielo que ahora existe, aunque parece que se encuentra fuera del universo material. En cambio, se nos dice que el cielo futuro estará situado en la tierra nueva (Apocalipsis 21:1). Así como nosotros tendremos cuerpos eternos y resucitados, el mundo físico también será resucitado. Pedro predicó que Cristo no volvería «hasta el tiempo de la restauración final de todas las cosas, así como Dios lo prometió desde hace mucho mediante sus santos profetas» (Hechos 3:21).
La gente suele definir el «cielo» como el lugar donde viven los cristianos que han muerto. Una mejor definición es que el cielo es la morada central de Dios, el lugar donde se encuentra su trono y desde el cual gobierna el universo. Puesto que Dios promete que la tierra nueva será su morada y que allí tendrá su trono (Apocalipsis 22:1, 3), la tierra nueva será el cielo.
Al ser una tierra real, esa tierra nueva no nos parecerá extraña. Será nuestro hogar. Será lo mejor de esta tierra y más. Así de feliz quiere Dios que seamos: recreará el universo, nos resucitará de entre los muertos y restituirá las maravillas del Edén multiplicadas por mil. Allí viviremos en una comunión gozosa e interminable con él… todo comprado y pagado con su propia sangre.
WHAT CAN WE KNOW ABOUT HEAVEN? (an excerpt from The Promise of Heaven)
He showed me the holy city, Jerusalem, descending out of heaven from God. It shone with the glory of God and sparkled like a precious stone…The glory of God illuminates the city, and the Lamb is its light.
Revelation 21:10-11, 23
Is Heaven a real place?
Do you wonder how we can know anything about Heaven—a place we can’t see? Well, God has revealed unseen things to us in the Bible, including things about Heaven.
Many people doubt that Heaven is a physical place. They believe people in Heaven float around like ghosts. But the Bible tells us that Heaven is just as real as planet Earth.
We’re human beings. We’re not made to live as ghosts in a ghostly place; we’re made to live on Earth. In fact, as we’ll explore in this book, God calls the Heaven we’ll live on forever the “New Earth.”
If we know Jesus, we’ll enter the present Heaven when we die. He promises to bring us back with Him at His second coming, after which we will eventually live together always on the New Earth—a world with land, trees, water, animals, and human beings. It will be a new and eternal Eden-like Paradise.
So as you enjoy these beautiful photographs, think of them as just a sampling of the beauty of God’s coming New Earth.
Of course, there are many things about Heaven we won’t know until we get there. On Earth there are pleasant surprises and unpleasant surprises, but in Heaven God will give us only pleasant ones. And He has prepared them especially for us.
If we’re good people, does that mean we’ll go to Heaven?
Many people believe that everyone who’s good will automatically go to Heaven. But the Bible says no one can be good enough to get there. “All have sinned and fall short of the glory of God” (Romans 3:23). We’ve all disobeyed God’s commandments and disregarded His standards. God’s holiness requires that sin be punished, and the Bible says “the wages of sin is death” (Romans 6:23).
Every sinner deserves to die, and we are all sinners.
But Jesus Christ died in our place on the cross. He took upon Himself the punishment for our sins (2 Corinthians 5:21).Then He came back to life in His same body. His resurrection is very important to the Christian faith. And it’s the key that unlocks our understanding of Heaven and what it will be like.
So no one goes to Heaven based on good deeds. We get there only by God’s grace, as a gift from Jesus.
God allows us to choose whether or not to trust Jesus. Turning away from our sin and believing in Jesus’ death and resurrection is the only way to make Heaven our future home. In Romans 3:22-25, the Bible says:
We are made right with God by placing our faith in Jesus Christ. And this is true for everyone who believes, no matter who we are. For everyone has sinned; we all fall short of God’s glorious standard. Yet God, in his grace, freely makes us right in his sight. He did this through Christ Jesus when he freed us from the penalty for our sins. For God presented Jesus as the sacrifice for sin. People are made right with God when they believe that Jesus sacrificed his life, shedding his blood.
But it’s not enough to know these facts. We need to be sure we take God up on His offer of forgiveness. We need to accept—with thanks—His free gift of eternal life so we can live forever with Jesus. Then we can know for sure that when we die, we’ll go to Heaven.
What does it mean to store up treasures in Heaven?
Jesus said, “Don’t store up treasures here on earth…Store your treasures in heaven” (Matthew 6:19-20).
When we die, we won’t be able to take anything with us to Heaven. So God wants us to be more interested in the things that will last beyond this life.
What will last for eternity? Our relationship with Jesus and other people who love Him. We store up treasures in Heaven when we get involved with God’s work on Earth by serving others instead of spending all our time and money on ourselves. We can use our talents to share God’s love with others. By giving and doing things for Jesus now, what is truly important will be waiting for us when we get to Heaven. While we don’t know exactly what all these treasures will be, we do know that God is the greatest giver in the universe, and whatever treasures He promises will surely be magnificent.
The more treasures we have in Heaven, the more we look forward to going there.
What happens to us when we die?
Dead people don’t come back and tell us what they’ve experienced. But we can know some things based on the Bible’s explanations. We don’t just disappear after we die. We live on in another location. Followers of Jesus go to live with Him in Heaven. On the cross, Jesus told the thief crucified next to Him, “Today you will be with me in paradise” (Luke 23:43).
In Christ’s story about the rich man and Lazarus, at the moment of death, Lazarus was ushered into Heaven by angels (Luke 16:22). It seems likely that will be true of all of God’s children when we die. Different angels are assigned to different people (Matthew 18:10), so perhaps our escorts into Heaven will be angels who have served us while we were on Earth (Hebrews 1:14).
Most importantly, Jesus Himself will be with us during our deaths. He has promised to never leave or forsake us (Hebrews 13:5). Nothing, not even death, can separate us from His love (Romans 8:38-39). God promises that all who know Him will experience acceptance into His holy, loving, and gracious arms. This assurance is why the apostle Paul could say, “We are confident, we would prefer to be away from the body and at home with the Lord” (2 Corinthians 5:8, CSB).
As painful as death is, and as right as it is to grieve it (Jesus did), we on this dying earth can also rejoice for our loved ones who are already in the presence of Christ. When they die, those covered by Christ’s blood are experiencing the joy of His presence. (Scripture clearly teaches that there is no such thing as “soul sleep,” or a long period of unconsciousness between life on Earth and life in Heaven. The phrase “fallen asleep” in 1 Thessalonians 4:13 and similar passages describes the body’s outward appearance at death.)
As Paul tells us, though we naturally grieve at losing loved ones, we are not to “grieve like people who have no hope” (1 Thessalonians 4:13). Our parting is not the end of our relationship, only an interruption. We have not “lost” them, because we know where they are. And one day, we’re told, in a magnificent reunion, they and we “will be with the Lord forever. So encourage each other with these words” (1 Thessalonians 4:17-18).
Peter tells us, “You will receive a rich welcome into the eternal kingdom of our Lord and Savior Jesus Christ” (2 Peter 1:11, NIV). God is the main welcomer, no doubt. All eyes are on Jesus, the Cosmic Center, the Source of all Happiness. But wouldn’t it make sense for the secondary welcomers to be God’s people, those who touched our lives, and whose lives we touched? Wouldn’t that be a great greeting party? I envision glorious reunions and amazing introductions, conversations and storytelling at banquets and on walks, jaws dropping and laughter long and hard, the laughter of Jesus being the most contagious.
Our loved ones now in Heaven live in a place where joy is the air they breathe. But they are also looking forward to Christ’s return, their bodily resurrection, the final judgment, and the fashioning of the New Earth from the ruins of the old.
What’s the difference between the present Heaven and the future Heaven?
Most of this book is about the future Heaven, where we’ll live forever with God and all those who know Him. That’s the place where we’ll live after our resurrection and after the end of this present earth. What do I mean by our resurrection? When Jesus returns to Earth—as He promises He will someday—everyone who knows God will be given a new body.
Usually when we refer to Heaven, we’re not thinking about the future Heaven; most often we mean the present Heaven (which theologians sometimes call the “intermediate” Heaven), where angels live and where people who love Christ go when they die. The apostle Paul said that to die and be with Christ is “far better” (Philippians 1:23). The present Heaven, however, is a temporary “layover,” not our final destination. Though it’s a wonderful place, it’s not the place we’re made for—the place where God promises we will live forever with Him.
The exact location of the present Heaven is unknown, though it appears to exist outside of the physical universe. In contrast, we’re told the future Heaven will be located on the New Earth (Revelation 21:1). Just as we’ll take on our eternal, resurrected bodies, the physical world itself will be resurrected. Peter preached that Christ would not return “until the time for restoring all the things about which God spoke by the mouth of his holy prophets long ago” (Acts 3:21, ESV).
People usually define “Heaven” as the place where Christians who’ve died now live. A better definition is that Heaven is God’s central dwelling place, the location of His throne from which He rules the universe. Since God promises to make the New Earth His dwelling place, and to have His throne there (Revelation 22:1, 3), the New Earth will be Heaven.
Because it’s a real earth, that New Earth won’t seem strange to us. It will be our home. It will be the very best of this Earth and more. That’s how much God wants us to be happy—He’ll re-create the universe, raise us from the dead, and give back the wonders of Eden multiplied a thousand times over. There we’ll live in joyful, never-ending communion with Him…all bought and paid for with His own blood.
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